Las Ejecutorias de Hidalguía son, seguramente, los documentos más bellos, pero también de mayor proyección social y jurídica que se confeccionan entre los siglos XV y XVIII. Su importancia se evidencia por la suntuosidad del soporte documental, su riqueza iconográfica y simbólica, así como por su significado estamental, al acreditar de manera judicial la pertenencia a un determinado linaje a la nobleza.

Se trata de auténticas obras de arte, que se han atesorado durante los últimos siglos en archivos nobiliarios, museos públicos, bibliotecas y colecciones privadas.

Por regla general, tales documentos suelen ser visualmente atractivos y jurídicamente solemnes. Estaban diseñados para ser vistos, leídos y oídos, hasta el punto que son exhibidos con orgullo por sus dueño ante los cabildos para acreditar sus privilegios y ante sus vecinos para que reconociesen públicamente la importancia de su alcurnia, y se quedaran deslumbrados por la plasticidad de estos manuscritos miniados.

A partir del siglo XIX su valor jurídico será eclipsado por su valor artístico y se magnificó su dimensión coleccionista, terminando erigiéndose en pieza de gran valor para los coleccionistas.

En suma, todo un regalo para los sentidos, ya que el diálogo que se establece entre el manuscrito y el lector evoca un pasado fascinante en el cual las ínfulas de grandeza, el prestigio, la fama y el poder se urdieron para ofrecernos todo un prodigio de arte, historia y afán de perpetuidad a través de lo escrito.

El maravillo resultado son unos códices diseñados para perdurar y hechos de manera minuciosa, artesanal, para admirar, que nos sumerge en el universo mental de unos nobles, hidalgos e infanzones que soñaron con ser la élite de los siglos dorados del imperio español.